Tras años sufriendo de vértigo y entendiéndolo como un miedo incontrolable, escuchar esa frase me cambió totalmente la forma de verlo. Puso en palabras una sensación que intuía pero que no había hecho consciente: esa atracción fatal por lanzarse al vacío, ese impulso de saltar (sería tan fácil, tan fácil…) y traspasar ese instante irrevocable en el que sabes que no habría vuelta atrás. Sólo puede entenderlo el que lo ha sentido.
Más tarde descubrí que la frase está inspirada en algo que escribía Milan Kundera en “La insoportable levedad del ser”:
¿Qué es el vértigo? ¿El miedo a la caída? ¿Pero por qué también nos da vértigo en un mirador provisto de una valla segura? El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.
En seguida me encontré pensando en cómo sería, por una vez, permitirme el lujo de ceder a ese impulso, y casi inmediatamente decidí que tenía que averiguarlo por mí mismo. Pues bien, qué mejor manera de hacerlo que a lo grande, poniéndome en un extremo: saltando desde la puerta abierta de un avión a 4000 metros del suelo. Allá que fui.
Os dejo el vídeo que me hicieron, dejando claro que no tuve nada que ver en su grabación, montaje y elección de la música, que no es un fake, y que sí, que el que sale soy yo. Claramente.
¿Y cómo fue? Muy difícil de explicar sin caer en vaguedades. Una salida muy brusca de mi zona de seguridad. Una pérdida instantánea de todas las cosas en las que me apoyo en el día a día. Un vacío mental absoluto. Una especie de asombro vital infinito, como volver a nacer.
Pero explicarlo por escrito requeriría dar muchas vueltas, y no sé si lo tengo tan asimilado todavía. Tengo que concentrarme mucho para evocar las sensaciones, que cambiaban a cada instante. El instante de decidir hacerlo, el instante de reservar el vuelo, el instante de subir a la avioneta, el de abrirse la puerta, el de asomarme al vacío, el de empezar a acelerar en caída libre, el de flotar ingrávido en la enormidad del cielo, el de pender en silencio sobre el paisaje, el de tirar de los mandos del paracaídas y notar la fuerza centrífuga al entrar en barrena, el de poner los pies en el suelo de nuevo… Todos diferentes, desconocidos y únicos. Así que os emplazo a que el que tenga curiosidad, que lo pruebe por sí mismo. Es una experiencia límite que, si no queréis vivir preguntándoos cómo será, merece la pena afrontar al menos una vez en la vida.
Pero la mejor sensación de todas, la que más marca ha dejado en mi vida diaria, es de voluntad y confianza. Me prometí, como único objetivo para 2012, que tomaría la decisión de hacerlo, me dejaría llevar por sus consecuencias y saltaría por encima de mis propios miedos… y he saltado.